El monismo, como concepto sobre la realidad, se remonta "a los filósofos presocráticos que acudían a un solo principio unificador para explicar toda la diversidad de la experiencia observable". Sin embargo, es posible enfocar el monismo de una manera mucho más limitada, y eso hacemos cuando lo aplicamos al estudio de los seres humanos. Los teólogos monistas afirman que los diversos componentes de los seres humanos que se describen en la Biblia, forman una unidad radical indivisible. En parte, el monismo fue una reacción de la neo-ortodoxia contra el liberalismo, que había propuesto una resurrección del alma, y no del cuerpo. Sin embargo, como veremos, el monismo, aunque haya tenido razón en reaccionar contra los errores del liberalismo, tiene sus propios problemas.
Los monistas señalan que donde el Antiguo Testamento usa la palabra "carne" (basar), está claro que los escritores del Nuevo Testamento utilizan tanto "carne" (sárx) como "cuerpo" (sóma). Cualquiera de estos términos bíblicos se puede referir a la persona entera, porque en los tiempos bíblicos se veía a la persona como un ser unificado. Por tanto, según el monismo, debemos considerar a los seres humanos como unidades integradas, y no como diversos componentes que se pueden identificar de manera individual, con su propia categoría. Cuando los escritores bíblicos hablan de "cuerpo y alma... se debería considerar como una descripción exhaustiva de la personalidad humana. En la manera de concebirlo del Antiguo Testamento", cada ser humano individual "es una unidad psicofísica; carne animada por alma"
Por supuesto, la dificultad del monismo estriba en que no deja lugar para un estado intermedio entre la muerte y la resurrección física del futuro. Este concepto no se ajusta a numerosos pasajes de las Escrituras. Además, Jesús hablaba claramente del alma y el cuerpo como elementos separables cuando advirtió: "No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar" (Mateo 10:28).
Después de haber revisado diversos puntos de vista sobre el ser humano, y de haber observado los errores posibles en cada posición, estamos listos para formular una posible síntesis. Se ve que los escritores bíblicos usan los términos de maneras muy diversas. "Alma" y "espíritu" parecen ser sinónimos en ocasiones, mientras que en otros momentos está claro que son distintos. De hecho, son numerosos los términos bíblicos que describen a toda la persona humana, o el yo, entre los que están "hombre", "carne", "cuerpo" y "alma", además de la expresión compuesta "carne y sangre".
El Antiguo Testamento, quizá de una forma más obvia que el Nuevo, considera a la persona como un ser unificado. Los seres humanos son humanos, debido a todo lo que son. Forman parte del mundo espiritual y se pueden relacionar con la realidad espiritual. Son criaturas con emoción, voluntad y moral. Forman parte también del mundo físico y, por tanto, se les puede identificar como "carne y sangre" (Gálatas 1:16; Efesios 6:12; Hebreos 2:14). El cuerpo físico, creado por Dios, no es intrínsecamente malo, como sostenían los gnósticos (y como parecen creer algunos cristianos).
Las enseñanzas bíblicas acerca de la naturaleza pecaminosa de los seres humanos caídos afecta a todo lo que es un humano, y no sólo a uno de sus componentes. Además de esto, los seres humanos, tal como los conocemos, y como la Biblia los identifica, no pueden heredar el reino de Dios (1 Corintios 15:50). Primero, es necesario que tenga lugar un cambio esencial. También, cuando se marcha el componente inmaterial de un ser humano con la muerte, no se puede describir ninguno de los elementos separados como un ser humano. Lo que queda en el suelo es un cadáver, y lo que ha partido para estar con Cristo, es un ser inmaterial y sin cuerpo, o espíritu (lo cual es una existencia personal consciente pero no una existencia "plenamente humana"). En la resurrección del cuerpo, el espíritu será reunido con un cuerpo inmortal, transformado y resucitado (1 Tesalonicenses 4:13-17), pero aun así, nunca mas será considerado humano en el mismo sentido en que nosotros lo somos ahora (1 Corintios 15:50).
El concepto del ser humano como una unidad condicional tiene varias consecuencias. En primer lugar, lo que afecta a un elemento del ser humano afecta a toda la persona. La Biblia ve a la persona como un ser integral, "y cuanto toca a una de las partes, afecta al todo". En otras palabras, es de esperar que una persona con una enfermedad física crónica se vea afectada en sus emociones, en su mente y en su capacidad para relacionarse con Dios de la manera acostumbrada. Erickson observa: "El cristiano que anhele estar espiritualmente sano, debe prestar atención a cuestiones como la dieta, el descanso y el ejercicio." De igual manera, una persona que está pasando por ciertas tensiones mentales, podrá manifestar síntomas fiscos, o incluso enfermedades corporales.
En segundo lugar, no se debe pensar en el concepto bíblico de la salvación y de la santificación como el colocar al cuerpo con su maldad bajo el control del espíritu, con su bondad. Cuando los escritores del Nuevo Testamento hablaban de la "carne" en sentido negativo (Romanes 7:18; 8:4; 2 Corintios 10:2-3; 2 Pedro 2:10), se estaban refiriendo a la naturaleza pecaminosa, y no concretamente al cuerpo físico. En el proceso de la santificación, el Espíritu Santo renueva a la persona entera. Ciertamente, somos toda una "nueva criatura" en Cristo Jesús (2 Corintios 5:17).
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